domingo, 27 de mayo de 2012


Distancia

Era una noche preciosa como otras tantas que había vivido. No faltaba mucho para el verano, la noche aún permanecía tibia ante la posibilidad inminente de que se volviera cada vez más fría, hasta el punto máximo al que solía llegar en primavera para volver a ascender poco a poco. La hierba, por suerte, estaba fresca tras un breve rocío de agua que había caído desde el cielo, en una casi imperceptible llovizna al final del atardecer.

Sus patas, a ciegas, tanteaban el terreno, en busca de algo que se suponía debía estar ahí, pero que sin embargo, no se encontraba. Dejó de mirar las hermosas constelaciones que en el cielo brillaban como las llamas en medio de la oscuridad y giró su cabeza un poco, apenas lo suficiente como para darse cuenta que su compañero de juegos le estaba dando la espalda.

En medio de la noche, dibujó en su rostro una apacible sonrisa, de esas que esbozaba cuando no podía sentirse más feliz.

— ¿Char?—pronunció su nombre, a la espera de que el pokémon de fuego no se hubiera quedado dormido.

Como respuesta, recibió un breve gruñido.

Volvió a sonreír.

La Luna, entonces, se giró hacia con ellos y los saludó, con una cara terrorífica que, a su manera, significaba que les quería. Pikachu agitó una pata a manera de saludo y se giró de nueva cuenta en dirección al Charmander, a la espera de que exteriorizara aquello que lo mantenía tan callado.

— ¿Por qué tienes que vivir tan lejos, Luna?—preguntó el pokémon anaranjado.

—No lo sé—respondió la Luna—supongo que porque yo soy un satélite y ustedes no. ¿Por qué te preocupa?

Y, mientras el Pikachu le sonreía con condescendencia, respondió:

—Me gustaría que pudieras jugar con nosotros también en el día. Pero cuando amanece, la distancia entre nosotros es tan abismal que siento que no puedo alcanzarte.

El pokémon eléctrico dejó escapar un suave suspiro, mientras tomaba de la pata a Charmander, que se había sentado ya y ahora le miraba sorprendido y azorado por el reciente atrevimiento.

—Char, no puedes cambiar las cosas—le dijo, mirándolo con sus tiernos ojos café.

— ¡No es justo!—respondió el aludido— ¿Qué tal si un día ya no puede regresar de donde quiera que esté?

—No importa que tantos metros esté por encima de nosotros—dijo el pokémon amarillo—mientras vivamos bajo el mismo cielo, la distancia entre nosotros y la Luna nunca va a existir.

La Luna, comprendiendo los sentimientos de Charmander, se concentró lo suficiente como para poder brillar tan hermosa como la mismísima aurora boreal en los polos. Carecía de colores, pero ese brillo provocado por los rayos del sol que se encontraba del otro hemisferio de la tierra resultaba tan precioso y perfecto que sencillamente las palabras quedaban cortas para describir tal belleza.

—Las distancias—continuó el de mejillas rojas—se hicieron para atravesarse.

Charmander, entonces, sonrió con determinación. Cerró los ojos y los abrió de nuevo, mostrando en sus azules orbes una férrea determinación que permanecería indeleble hasta el fin.

—Voy a entrenar mucho—dijo—, y voy a evolucionar. Voy a ser un Charizard digno de ti, Pikachu, y cuando aprenda a volar, juntos la distancia vamos a atravesar.

«Espéranos, Luna.»





Todos, en algún momento de nuestras vidas, nos hemos preguntado por qué diablos existe la distancia. La distancia es una de esas cosas inevitables que siempre van a estar fastidiándonos la vida—o, en su defecto, alegrándola—. Ya sea por un par de metros, kilómetros, estados, países, continentes, o incluso mundos; es casi como si al nacer todos estuviéramos destinados a encontrarnos con la distancia como una barrera que aunque no nos impide relacionarnos con otras personas—o formas de vida—sí nos obstruyen la interacción que podríamos tener con las personas.

Vamos, que no es lo mismo escribir un “te quiero mucho” vía internet, que escucharlo de una persona diciéndolo de frente. Tampoco se siente igual estrechar a alguien entre tus brazos que sólo pensar en que lo harías si la tuvieras de frente.

Ojalá las distancias no existieran. O por lo menos, ojalá tuviera el dinero suficiente para tener un castillo y llevar a vivir ahí a todas esas personas que por cosas ajenas a mí viven lejos de mí y quisiera tenerlas más cerca. Sería grandioso; no obstante, por esas cosas que aún no me logro explicar—léase, no tengo tanto dinero—, no tengo la posibilidad de hacerlo.  

Y es verdaderamente frustrante. Se siente horrible tener impotencia cuando no podemos hacer mucho por ayudar a una persona que está lejos, cuando, por muchas palabras que digamos, en realidad sólo necesite un abrazo y no podamos dárselo. Hay momentos en los que la vida pone separadas a determinadas personas sólo para que entiendan lo importantes que son la una para la otra.

O eso quiero creer.

Este tema va tomado de la mano sutilmente con los sueños—y no porque tengan una relación sentimental—. De esos que a veces parecen guajiros pero que por dentro deseamos con fervor poder cumplir, porque, ¿no sería grandioso poder, en algún momento de nuestra efímera existencia, salir a pasear con una de esas encantadoras personas que, pese a no tenerlas físicamente a nuestro lado, siempre están en nuestros pensamientos y en nuestro corazón?

Sería fantástico, independientemente de las cosas que se hagan o no en uno de esos mágicos encuentros con alguien a quién físicamente no conoces pero que tienes en mucha estima. Los nervios a flor de piel, las palabras atropelladas que mueres por decir—o por no decir—, la emoción que te embarga, las ganas de compartir una jugosa y fresca sandía con la otra persona…  

Por eso, aunque quizá ingenuamente, soy de la opinión que las distancias se hicieron para cruzarse. Los obstáculos se hicieron para superarse, los retos para romperse, las distancias, para atravesarse. Quizá no hoy, ni mañana, ni pasado mañana. Pero algún día, el momento se va a presentar, uno mágico en el que los caminos se encontrarán, finalmente las miradas se cruzarán frente a frente, y las palabras nacerán, dependiendo de cada quién, llevando a un nuevo nivel una relación entre dos personas meramente ficticia, debido a la distancia.

Por eso, Char, no te preocupes. Algún día te alcanzaré.

Imagen original aquí.

Y bien, continuando con el vídeo de esta semana, quiero dejarles un tutorial encantador de una mujer maravillosa, ojalá lo disfruten tanto como yo: Seducir. (En lo personal, adoro seducir con un vaso de agua).

Yo me despido, esperando que tengan una bonita semana.

Con mucho cariño, P. 

1 comentario:

  1. Oh, que bello... De verdad que me llegó la historia y todo el mensaje, últimamente ando mucho con esos pensamientos. Tan preciosa como siempre :)
    Saludos a mis pókemones favoritos :D

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