Distancia
Era una noche preciosa como
otras tantas que había vivido. No faltaba mucho para el verano, la noche aún
permanecía tibia ante la posibilidad inminente de que se volviera cada vez más
fría, hasta el punto máximo al que solía llegar en primavera para volver a
ascender poco a poco. La hierba, por suerte, estaba fresca tras un breve rocío
de agua que había caído desde el cielo, en una casi imperceptible llovizna al
final del atardecer.
Sus patas, a ciegas,
tanteaban el terreno, en busca de algo que se suponía debía estar ahí, pero que
sin embargo, no se encontraba. Dejó de mirar las hermosas constelaciones que en
el cielo brillaban como las llamas en medio de la oscuridad y giró su cabeza un
poco, apenas lo suficiente como para darse cuenta que su compañero de juegos le
estaba dando la espalda.
En medio de la noche, dibujó
en su rostro una apacible sonrisa, de esas que esbozaba cuando no podía
sentirse más feliz.
— ¿Char?—pronunció su nombre,
a la espera de que el pokémon de fuego no se hubiera quedado dormido.
Como respuesta, recibió un
breve gruñido.
Volvió a sonreír.
La Luna, entonces, se giró
hacia con ellos y los saludó, con una cara terrorífica que, a su manera,
significaba que les quería. Pikachu agitó una pata a manera de saludo y se giró
de nueva cuenta en dirección al Charmander, a la espera de que exteriorizara
aquello que lo mantenía tan callado.
— ¿Por qué tienes que vivir
tan lejos, Luna?—preguntó el pokémon anaranjado.
—No lo sé—respondió la
Luna—supongo que porque yo soy un satélite y ustedes no. ¿Por qué te preocupa?
Y, mientras el Pikachu le
sonreía con condescendencia, respondió:
—Me gustaría que pudieras
jugar con nosotros también en el día. Pero cuando amanece, la distancia entre
nosotros es tan abismal que siento que no puedo alcanzarte.
El pokémon eléctrico dejó
escapar un suave suspiro, mientras tomaba de la pata a Charmander, que se había
sentado ya y ahora le miraba sorprendido y azorado por el reciente
atrevimiento.
—Char, no puedes cambiar las
cosas—le dijo, mirándolo con sus tiernos ojos café.
— ¡No es justo!—respondió el
aludido— ¿Qué tal si un día ya no puede regresar de donde quiera que esté?
—No importa que tantos metros
esté por encima de nosotros—dijo el pokémon amarillo—mientras vivamos bajo el
mismo cielo, la distancia entre nosotros y la Luna nunca va a existir.
La Luna, comprendiendo los
sentimientos de Charmander, se concentró lo suficiente como para poder brillar
tan hermosa como la mismísima aurora boreal en los polos. Carecía de colores,
pero ese brillo provocado por los rayos del sol que se encontraba del otro
hemisferio de la tierra resultaba tan precioso y perfecto que sencillamente las
palabras quedaban cortas para describir tal belleza.
—Las distancias—continuó el
de mejillas rojas—se hicieron para atravesarse.
Charmander, entonces, sonrió
con determinación. Cerró los ojos y los abrió de nuevo, mostrando en sus azules
orbes una férrea determinación que permanecería indeleble hasta el fin.
—Voy a entrenar mucho—dijo—,
y voy a evolucionar. Voy a ser un Charizard digno de ti, Pikachu, y cuando
aprenda a volar, juntos la distancia vamos a atravesar.
«Espéranos, Luna.»
Todos, en algún momento de
nuestras vidas, nos hemos preguntado por qué diablos existe la distancia. La
distancia es una de esas cosas inevitables que siempre van a estar
fastidiándonos la vida—o, en su defecto, alegrándola—. Ya sea por un par de
metros, kilómetros, estados, países, continentes, o incluso mundos; es casi
como si al nacer todos estuviéramos destinados a encontrarnos con la distancia
como una barrera que aunque no nos impide relacionarnos con otras personas—o
formas de vida—sí nos obstruyen la interacción que podríamos tener con las
personas.
Vamos, que no es lo mismo
escribir un “te quiero mucho” vía internet, que escucharlo de una persona
diciéndolo de frente. Tampoco se siente igual estrechar a alguien entre tus
brazos que sólo pensar en que lo harías si la tuvieras de frente.
Ojalá las distancias no
existieran. O por lo menos, ojalá tuviera el dinero suficiente para tener un
castillo y llevar a vivir ahí a todas esas personas que por cosas ajenas a mí
viven lejos de mí y quisiera tenerlas más cerca. Sería grandioso; no obstante,
por esas cosas que aún no me logro explicar—léase, no tengo tanto dinero—, no
tengo la posibilidad de hacerlo.
Y es verdaderamente
frustrante. Se siente horrible tener impotencia cuando no podemos hacer mucho
por ayudar a una persona que está lejos, cuando, por muchas palabras que
digamos, en realidad sólo necesite un abrazo y no podamos dárselo. Hay momentos
en los que la vida pone separadas a determinadas personas sólo para que
entiendan lo importantes que son la una para la otra.
O eso quiero creer.
Este tema va tomado de la
mano sutilmente con los sueños—y no porque tengan una relación sentimental—. De
esos que a veces parecen guajiros pero que por dentro deseamos con fervor poder
cumplir, porque, ¿no sería grandioso poder, en algún momento de nuestra efímera
existencia, salir a pasear con una de esas encantadoras personas que, pese a no
tenerlas físicamente a nuestro lado, siempre están en nuestros pensamientos y
en nuestro corazón?
Sería fantástico,
independientemente de las cosas que se hagan o no en uno de esos mágicos
encuentros con alguien a quién físicamente no conoces pero que tienes en mucha
estima. Los nervios a flor de piel, las palabras atropelladas que mueres por
decir—o por no decir—, la emoción que te embarga, las ganas de compartir una
jugosa y fresca sandía con la otra persona…
Por eso, aunque quizá
ingenuamente, soy de la opinión que las distancias se hicieron para cruzarse.
Los obstáculos se hicieron para superarse, los retos para romperse, las
distancias, para atravesarse. Quizá no hoy, ni mañana, ni pasado mañana. Pero
algún día, el momento se va a presentar, uno mágico en el que los caminos se
encontrarán, finalmente las miradas se cruzarán frente a frente, y las palabras
nacerán, dependiendo de cada quién, llevando a un nuevo nivel una relación
entre dos personas meramente ficticia, debido a la distancia.
Por eso, Char, no te
preocupes. Algún día te alcanzaré.
Imagen original aquí.
Y bien, continuando con el
vídeo de esta semana, quiero dejarles un tutorial encantador de una mujer
maravillosa, ojalá lo disfruten tanto como yo: Seducir.
(En lo personal, adoro seducir con un vaso de agua).
Yo me despido, esperando que
tengan una bonita semana.
Con mucho cariño, P.


Oh, que bello... De verdad que me llegó la historia y todo el mensaje, últimamente ando mucho con esos pensamientos. Tan preciosa como siempre :)
ResponderEliminarSaludos a mis pókemones favoritos :D